LA
TRAVIATA EN LA CREPEROLA del PATIO DE
COMEDIAS.
COMENTARIO TEATRAL
MARIO OJEDA
La
noche del martes 26 de Mayo se dio lugar un evento artístico muy interesante en
LA CREPEROLA del PATIO DE COMEDIAS.
María
del Carmen Albuja viuda de Guarderas había hecho la producción de un show
artístico que nos hizo imaginar las noches de bohemia de Venecia de los años
1853 cuando esta ópera fue estrenada en el teatro Fenice.
Para
entonces la sociedad veneciana había vivido una serie de campañas bélicas entre
el reino de Austria, revoluciones populares y el mismo Napoleón III por la
posesión de territorios. Una sociedad monárquica
que comenzaba a asimilar óperas que no eran de carácter épico o histórico sino
libretos pasionales cercanos al drama y al melodrama.
En LA
CREPEROLA del PATIO DE COMEDIAS las mesas de mantel bordado, el sonido
chispeante de los vasos de vino servidos, el alegre bullicio de un público de
buena conversación y una señora muy elegante que se acerca al oído de su
acompañante y entre sutiles perfumes de su pañuelo le dice: “Mijo, a mí no me
gusta la champagnia …..ME ENCANTA!!”.
La
primera y única risa “a dúo” de la noche atravesó todo el salón lleno de distinguidos
caballeros, damas, ágiles y amigables meseros, decorados teatrales y siguió su
camino hasta fundirse en la memoria de un momento gracioso e íntimo en medio de
muchos.
La escenografía
para la representación de algunos fragmentos de la ópera más difundida en el
mundo se encontraba presente como una imagen de novela que nos recordaba que
ésta ópera fue escrita en base a La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas.
Las
coloquiales conversaciones y las penetrantes miradas directas y de re ojo, se
fueron concentrando en María del Carmen Albuja una encantadora señora quien con
absoluta certeza contaba cómo esta iniciativa parte de la intención personal de
acercar al público de Quito a la ópera y a la vez rendirle homenaje a Giuseppe Verdi.
Su
esposo Raúl Guarderas antes de su definitiva partida, pedía constantemente escuchar a Verdi cuya
ópera lo relajaba e inspiraba… al punto que
se dio el placer de hacer sentir ese placer a través de algunos
versos dichos por primera vez pero como
de memoria, a su esposa, una tarde mientras miraba al Cotopaxí desde su ventana
con la Traviata acompañándolos.
La emotividad
compartida entre la anfitriona y sus invitados daba paso al primer fragmento de la obra en el
que Violetta Valeri conoce a Albert Germont, quien inesperadamente y
aprovechando de una pausa en la fiesta que Valeria ofrecía, le declara su amor.
El
drama se presentía desde el inicio en la destacada interpretación musical que
hacían la soprano María Isabel Albuja y el tenor Jorge Cassis en sus
respectivos papeles.
Respetando
el vestuario contemporáneo de aquella época, con el aporte de la musicalidad y
la capacidad actoral operística de estos dos importantes cantantes se lograba
imponer la magia de éste género que demanda entrega total para generar
credibilidad escénica dentro de una convención artística poco conocida en
Ecuador.
Para
la segunda aria la puesta en escena se servía de ciertos videos que facilitaban
la narración del argumento y a la vez contextualizaban la magnitud de la obra
puesta en escenarios europeos.
A
medida que los fragmentos avanzaban en el pequeño y amigable escenario de la
Creperola, la intensidad de la actuación iba tomando vigor en el delicado
cuerpo de María Isabel que se acercaba poco a poco a la recreación de un
personaje pasional que demanda una gestualidad amplificada, una sonoridad
musical basta en emociones respaldada en amplios registros y una
intencionalidad acertada del texto.
Jorge
Cassis dueño de una magnífica y aterciopelada voz, en su papel nunca exploró
los caminos de la actuación afectada propia del melodrama y se mantenía sobrio
y profundo en la capacidad expresiva del canto como recurso prioritario para
entregar todos los sentimientos y matices de un personaje que ama pero que
finalmente fracasa en su relación.
El
público aplaudía repetidas veces las interpretaciones sinceras de estos
profesionales de la ópera que con tan sólo un piano impecablemente acariciado
por Alex Alarcón lograban revivir una
importante obra musical de todos los
tiempos añadiéndole la audacia interpretativa de voces latinas.
El
bajo Sergio Ensiso en su papel de Giorgio Germont anticipaba el trágico final
de la obra negando la posibilidad de que el intenso amor de su hijo y Violetta
pueda materializarse bajo las inaceptables condiciones de libertinaje en que Violetta
había vivido hasta entonces.
Violetta
en último y desesperado intento por salvar su relación trata de llamar a su
compañero pero en medio de una terrible confusión éste cree que ella ha vuelto
con su antiguo amante y la desprecia en público.
La
catarsis actoral y musical llegaba en los momentos finales cuando sobre una
cama de cortesana parisiense del siglo XIX la frágil figura de una Violetta
enferma de tuberculosis se marchitaba como el sufrimiento de una flor que se
abre para morir.
Escena
larga y final que exigía control actoral, fuerza emotiva y espectacularidad
vocal.
Los
cantantes en la despedida del espectáculo en medio de reiterados aplausos se
entregaban a su público y pedían su participación en unos pasajes de la melodía
más reconocida de la ópera.
La
fiesta se estaba consumando y aún le esperaba al público una deliciosa cena con
crepe de champigniones como “introducción”.
Como “desarrollo” o plato fuerte un
pollo en salsa de tomillo “en coro”
con un arroz meloso de zanahoria y vegetales salteados, dejándole para el “desenlace” o postre a un “sólo” de mousse de maracuyá al que
inevitablemente se le unía “in allegro”
un canuto de crepe zanzibar.
La
dama de la champagnia cerraba dulcemente sus ojos con cada lento bocado.
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